Ayer soñé que un negro agujero oxidado succionaba mi esperanza y la vertía en una cacerola de sangre inoportuna. Un hombre me robaba los deseos de la jaula de recuerdos aún imberbes, mientras guitarras de lata y arpones de hueso fresco volaban despiadados sobre los restos de mi propia humanidad. En el remolino supe, cómo duele taladrar el corazón ante un hecho que de pronto se derrama en circunstancia inesperada y dolorosa sobre una vida antes serena. La muerte estaba tan viva, que ofrecí ayudarla con un embate de mi corcel de viento que, furioso, tronó sus cascos contra el duro despertar de la mañana.